¡Gracias Diego!

"Cuando vos entrás a la cancha se va la vida, se van los problemas... se va todo"
Diego Armando Maradona · Genio de Genios del Fútbol Mundial


Diego nació el 30 de octubre de 1960. Exactamente veinte años y siete días después del Rey  Pelé. Y le tomó sólo 25 años llegar de Fiorito al mismo Olimpo, en el mismo Estadio Azteca. Pelé y Maradona están solos. Después viene Leo. Y Di Stéfano, Garrincha, Sívori, Cruyff...  Los más grandes y el resto. Y en muchos sentidos, Diego queda solo.

Lo más lindo es que Diego no necesita récords —que los tiene.

Ni necesita títulos —que también.

Ni necesitaría goles —que los hizo de todos los colores y tamaños.

Diego no necesita trono.

Diego es Diego. Y ya está. Un artista irrepetible. Un genio. Un espíritu volcánico que iba dejando tirados, en temperamento y en fútbol, a los otros 21 en toda cancha. Diego se jugaba la vida en cada balón que tocaba, pisaba o pateaba.

Si Pelé bautizó al mundo con las benditas aguas de un campeón de todos los triunfos posibles, Diego nos bautizó a todos con el fuego de un campeón de las batallas imposibles. Diego ante todo. Diego a pesar de todo.

"La bronca es mi combustible" confesó el Pelu tantas veces. Cómo si no lo supiéramos. Ya en 1980 le había marcado cuatro goles al mítico Loco Gatti en un Argentinos Juniors 5 - Boca 3. Y lo mejor es que había anunciado la razón para semejante exageración —como si el fútbol necesitara razones— antes del partido: "Me había propuesto hacerle dos goles a Gatti, pero ahora que me dijo gordito le voy a meter cuatro". Acababa de cumplir los veinte años y vestía ya la cinta de capitán que lo acompañaría en todos sus equipos, a excepción del FC Barcelona.

Se ha contado tanto. Pero no nos cansamos. En los cuartos de final de su Mundial, el del 86, Diego lideró a Argentina en el triunfo 2 - 1 contra la Inglaterra de los legendarios Gary Lineker y Peter Shilton. Con la memoria de las Malvinas fresca, restauró el honor nacional con la "mano de Dios", que él mismo bautizó y de la que comentó: "les ofrezco mil disculpas a los ingleses, de verdad, pero volvería a hacerlo una y mil veces. Les robé la billetera sin que se dieran cuenta, sin que pestañearan". Y luego, por si las dudas y con la misma autenticidad descarada nos regaló a todos —también a los ingleses— el mejor gol de la historia de los mundiales. Él solo. De principio a fin. Desde la media cancha hasta casi meterse, cayéndose, con el balón al arco de Shilton.

Ese año en que se coronó Campeón del Mundo comenzó a repetir lo imposible con el SSC Napoli: lideró al club del Sur italiano a conquistar el primer Scudetto de su historia contra la Juve, el Milan, el Inter —los gigantes del Norte bañados en plata y en trofeos. En 60 años de existencia el Napoli solo había ganado dos Coppa Italia. Hasta Diego. Con Maradona ganaron dos Serie A, otra Coppa, una Supercoppa italiana, y una Copa UEFA —el único título europeo de la historia del Club.


Hasta en su lucha personal contra la droga Diego fue artífice de lo imposible y de lo auténtico. Sobrevivir a su zurda inédita y a unos excesos muy humanos, de los que nadie está libre.

"¿Sabés qué jugador hubiese sido yo si no hubiese tomado droga?", preguntó un día.

Y cuando llegó a los cuarenta explicó: "Hasta ahora he vivido cuarenta años pero que valen por setenta. Realmente me sucedió de todo. De un golpe salí de Fiorito y fui a parar a la cima del universo y allí me las tuve que arreglar yo solo".

Para entenderlo a Diego, con sus tormentas tan humanas y excepcional brillo interior, sólo basta poner un vídeo de esos, de esas recopilaciones de 9 ó 27 minutos de YouTube. Y verlo correr. Olvidate de la bola. Olvidate de los demás. Sólo mirá los pies. A ciento ochenta por hora, pero como velocista de obstáculos, saltando las piernas inmisericordes de los rivales cada tres metros, únicamente tirando a cazarlo. Los codos de Diego llegándole a la altura de la cabeza. El pecho levantado. Los puños cerrados.

El balón lo iba a recibir Diego antes de la media cancha.

Y encendía el corazón ahí mismo. No se lo iban a apagar ni a codazos ni a patadas.

Y luego está el artista. Cuando no había un pase claro a algún compañero Maradona te tiraba una rabona. O se ponía de espaldas al arco, se levantaba la bola a sí mismo, con la rodilla o con el pie. Y pum, te sacaba así no más un pase o un centro de chilena al área sin impulsarse mucho. Lo hizo docenas de veces.

Diego ganaba con todo el cuerpo. Diego ganaba con la cabeza. Diego ganaba con el alma.

Cómo no entenderte. Como no amarte, Genio.

¿Qué más te podíamos exigir? Fue demasiado pedirte que a los veinte, que incluso a los treinta y pico, domaras esa fiera que llevaste en el estómago y te llevó a vos al Olimpo del Fútbol.

Y es también pedir lo impedible que trazaras la frontera exacta entre lo imposible que hacías en una cancha y el mundo de afuera, que a veces limita y tira tanto para abajo.

El exceso fue exigirte que quemaras tantísimo combustible para todos y en frente de todos, sin entender que en algún momento se quema  también uno mismo.

Habrá quienes harán moralismo fácil con tu Vida —maravillosa, épica y trascedente— en vez de ocuparse de las propias. Como vos dijiste un día sin dramas, a veces te equivocaste y pagaste. Como a todos nos toca. Pero "la pelota no se mancha". Nunca la manchaste. 

Somos millones los que amamos el fútbol gracias a vos. Somos millones a los que alegraste la Vida... 

"Si me voy, quiero volver a nacer y quiero ser futbolista. Y quiero volver a ser Diego Armando Maradona. Soy un jugador que le ha dado alegría a la gente y con eso me basta y me sobra".

Te sobra, Diego. Te sobra

JuanFe Rengifo



Textos y dirección creativa: JuanFe Rengifo
Diseño gráfico: Vanessa Montenegro
Producción de contenido: Andrés Laguna
Investigación editorial: Santiago Cruz 



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